lunes, septiembre 01, 2008

El origen del hombre (III)


El origen del hombre se encontraba en Asia. Ésa era la corriente de pensamiento de los antropólogos a principios del siglo XX. En 1923, mientras el anatomista Raymond Dart viajaba desde Londres a Sudáfrica para tomar posesión de un poco atractivo cargo al frente del Departamento de Anatomía de la Universidad de Witwatersrand, poco podía imaginar que iba realizar un revolucionario descubrimiento que cambiaría por completo el mapa de nuestro pasado.

Para dar sus clases Dart deseaba contar con restos de huesos con los que ejemplificar las lecciones, y tal vez abrir un museo. A cambio de unas monedas los estudiantes le traían restos de animales que pudieran cumplir tal fin. Un cráneo fosilizado de babuíno, traído desde una cantera en la localidad cercana de Taung, impresionó lo bastante a Dart para que ordenara que buscaran y le trajeran cualquier otro resto que se localizara en Taung.
Un sábado 28 de noviembre de 1924 Dart y su esposa se estaban vistiendo para celebrar un convite por la boda de unos amigos. Llamaron a la puerta. Un par de hombres le habrían traído dos cajas llenas de muestras fósiles procedentes de Taung. Incapaz de esperar, abrió las cajas en la misma entrada. Mientras su mujer se impacientaba y le conminaba a vestirse, pues los invitados estaban a llegar, Dart rebuscó en la primera caja sin hallar nada de interés. En la segunda, en cambio, sí encontró algo que le hizo brillar los ojos. Un molde fosilizado de un cerebro. Dart no podía creer semejante hallazgo. Ningún cerebro fosilizado de simio se había encontrado hasta entonces. Pero aquél no parecía un cerebro de simio común. Desde luego era más grande que el de un babuíno. Seguramente también mayor que el de un chimpancé. Su parte frontal estaba muy desarrollada. Aun así, era demasiado pequeño para ser el de un hombre primitivo. Dart siguió rebuscando, intento hallar alguna pieza que encajara con aquel molde. En una roca encontró un orificio que se amoldaba perfectamente al cerebro fósil. El anatomista sabía que estaba a las puertas de un descubrimiento sin parangón. Darwin había afirmado que el origen del hombre estaba en África. Tal idea había sido desechada por la comunidad científica. ¿Era posible que realmente el padre de la teoría de la evolución tuviera razón?

La pregunta quedó, por el momento, sin respuesta, pues la esposa de Dart le amenazó con buscar a otro padrino si no se vestía inmediatamente. Reluctante, el anatomista dejó los huesos y fósiles. Una vez libre de compromisos se lanzó febrilmente a estudiar los restos. Con las agujas de hacer punto de su mujer fue rompiendo poco a poco la roca en la que encajaba el cerebro, y que albergaba el cráneo del desconocido especimen. Alrededor de las fiestas de Navidad el rostro quedó por fin al descubierto. Los dientes de leche del animal aún no estaban formados. Los restos eran de una cría de corta edad. Sin embargo aquellos dientes no eran de simio. Eran dientes humanos. El cráneo se asemejaba al de un humano. La postura de la cabeza indicaba verticalidad. Mirando aquel pequeño rostro, casi humano, Dart comprendió que había hallado un nuevo homínido que había caminado a dos patas. Aquel cráneo, con rasgos homínidos y de simio, podía ser nuestro más antiguo antepasado, el "eslabón perdido". El Australopithecus Africanus era la prueba de que el origen de nuestros antepasados se hallaba en África. Tan rápido como pudo Dart envió un informe con sus descubrimientos del "niño de Taung" a la revista Nature.

Algunos años antes, en 1912, el arqueólogo aficionado Charles Dawson había encontrado en una pequeña zanja cercana a la localidad de Piltdown (Gran Bretaña) unos restos homínidos que presentó A Arthur Smith Woodward, conservador del departamento geológico del British Museum. Ambos volvieron a la zanja, donde encontraron más restos de un cráneo y un trozo de mandíbula. Una vez reconstruído, Woodward observó que, salvo el occipucio y la capacidad craneal, aquel cráneo era similar al de un hombre moderno. En cambio, la mandíbula era totalmente simiesca, salvo por dos dientes de tipo humano. La conclusión estaba clara. Dawson y Woodward anunciaron al mundo que habían encontrado al "eslabón perdido", mitad hombre, mitad simio. Y, esto ha de tenerse en cuenta, el hallazgo se había realizado en el corazón del Imperio Británico. La comunidad científica británica celebró el descubrimiento. La nación más poderosa había hallado en su suelo los restos arqueológicos más importantes de la historia. La noticia recorrió el mundo. El eco de las voces de asombro apagó a unas pocas que desconfiaron de la extraña perfección de aquel "Hombre de Piltdown", aquel "eslabón perdido" mitad hombre y mitad simio que encajaba totalmente con la concepción que la comunidad científica se había hecho del antepasado común al hombre y al simio.

1925. Un atónito Raymond Dart contemplaba como su teoría del "eslabón perdido" africano era rechazada por la comunidad científica, especialmente la europea. Dart no podía entender como una autoridad de la antropología como Sir Arthur Keith, por otro lado firme defensor del Hombre de Piltdown, relagaba al Niño de Taung a una mera cría de gorila. Los que más afirmaron que los restos de Dart pertenecerían como mucho a una nueva especie de simio emparentada con el chimpancé o el gorila. En general los científicos dijeron que mientras no se encontrara un especimen adulto pocas conclusiones se podrían extraer del Niño de Taung.

El principal apoyo que encontró Dart fue el de Robert Broom, un paleontólogo sudafricano que había venido estudiando a los reptiles, pero que se interesó vivamente por los homínidos tras los hallazgos de Dart. Pero lo que opinara un desconocido paleontólogo sudafricano poco iba a cambiar las cosas. En 1931 Dart viajó con su esposa a Londres para que examinara el cráneo del Niño de Taung. Tras alguna que otra peripecia, con el especimen quedando olvidado en un taxi y siendo descubierto por el aterrorizado taxista que lo llevara a la policía. El viaje de Dart fue en vano; ese pequeño simio africano no era rival para el Hombre de Piltdown.
Mientras, en Sudafrica, Broom se estaba dedicando a buscar un ejemplar adulto de australopiteco. Algunos estudiantes de Dart le hablaron de Sterkfontein, en el Transvaal, donde en una mina se habían encontrado cráneos de babuínos. Su búsqueda no dio frutos, pero en agosto de 1936 volvió a Sterkfontein, donde el jefe de la explotación le entregó un trozo de cráneo, el de un homínido. En los siguientes días Broom encontró más restos de aquel cráneo. Broom bautizó al nuevo especimen como Australopithecus transvaalensis. Siguiendo más pistas de fósiles Broom se trasladó a la localidad de Swartkrans, donde encontró parte de un cráneo y dientes de un especimen adulto parecido al Niño de Taung. El aspecto robusto que denotaban los restos llevaron al paleontólogo a bautizarlo como el Paranthropus robustus.

Los nuevos descubrimientos fueron otorgando a Dart el crédito que merecía. En 1947 un anciano Broom y otro paleontólogo, John T. Robinson, encontraron un cráneo casi completo de lo que llamaron Plesianthropus transvaalensis, aunque era en realidad un especimen femenino de Australopithecus africanus. La "señora Ples", como apodaban cariñosamente al cráneo, se convirtió en la refutación definitiva de las teorías del denostado Raymond Dart. Animado por los nuevos descubrimientos Dart se dedicó de nuevo a la búsqueda de nuestros antepasados. Algunas de las teorías que elaboró respecto al Australopithecus son hoy obsoletas, pero su hallazgo confirmó que África era la cuna de la civilización. Tras el descubrimiento de 1947 Sir Arthur Keith reconoció que Dart había tenido razón. En 1953 una Gran Bretaña que ya no era la primera potencia del mundo quedó sacudida por la noticia de que el Hombre de Piltdown era una falsificación. Ya no había argumentos que pudieran refutar la evidencia. Después de todo Darwin tenía razón respecto a África. Robert Broom ya no estaba allí, había fallecido en 1951.

Remontándonos al menos dos millones y medio de años podríamos encontrar a un especimen de Australopithecus. Por aquella época, en el sur de África, una cría de Australopithecus Africanus fue atacada por algun gran felino o, como sugieren estudios más recientes, un ave rapaz. Esa cría se convirtió en el Niño de Taung. ¿Pero era el A. Africanus el ancestro del hombre, el "eslabón perdido"? De los hallazgos de Dart y Broom surgían muchas preguntas que aun tendrían que ser contestadas.

No hay comentarios: