sábado, agosto 15, 2009

Ashoka, el guerrero budista

En la actual bandera de la India se puede contemplar, aparte de sus franjas horizontales de color naranja, blanco y verde, un círculo en la franja blanca central, una especia de rueda con veinticuatro ejes de color azul. Es el conocido como chakra de Ashoka, una de las grandes figuras de la historia del milenario país.
Negrita
Ashoka o Aśoka, llamado "el Grande", nacía el año 304 antes de Cristo en la moderna Patna, capital del Imperio de los Maurya, una dinastía surgida del confuso período que siguió a la muerto de Alejandro Magno. Fue el abuelo de Ashoka, Chandragupta, quien erigió el futuro imperio familiar.

Ashoka nacía pues en el seno de la familia más poderosa de la India, especialmente tras las conquistas llevadas a cabo por su padre, Bindusara. La madre de Ashoka era la reina Dharma, aunque acorde a las costumbres de los reyes de la época cuando llegó a este mundo muchos hermanos y algunas hermanas ya vivían en palacio, fruto de los amores de Bindusara con sus concubinas.

Así pues, Ashoka creció sano, fuerte y orgulloso en la familia imperial, donde nada le faltó, y donde fue educado, como cualquier príncipe, en las artes de la política y la guerra, y en los secretos de los Vedas. Dicen que siendo adolescente ya denotaba una fuerte personalidad, que gustaba de practicar la caza, y que podía ser muy fiero y cruel. Muy pronto tuvo bajo su responsabilidad el mando de varios regimientos militares.

El principal heredero al trono, el hermano mayor de Ashoka, el príncipe Susima, pronto vio en el talentoso Ashoka a un peligro rival para la sucesión. Susima convenció al emperador para que mandara a Ashoka a sofocar una rebelión en el Norte de la India, esperando que dada la juventud e inexperiencia del joven príncipe pereciera junto a sus tropas, quedándole el camino libre para el trono imperial. Pero Ashoka hizo gala de sus dotes de estratega y no sólo no murió en el combate sino que regresó triunfante y con una popularidad entre sus súbditos aun mayor si cabe. Una vez más, Susima y otros hermanos intrigaron contra Ashoka, persuadiendo al emperador de que enviara a Ashoka al exilio.

Tras dos años de exilio Ashoka fue enviado por el emperador a la ciudad de Ujjain, donde había estallado otra revuelta. Ashoka marchó de nuevo y logró otra vez sus objetivos. Además, conoció y se enamoró de una joven pebleya, con quien contrajo matrimonio. Su mujer no sólo no era noble sino que además era budista, lo que provocó la ira del emperador Bindusara, quien recluyó a Ashoka en Ujjain nombrándole gobernador de la ciudad.

Fue poco después cuando tuvo lugar uno de esos hechos donde confluyen historia y leyenda, y donde es difícil discernir una de la otra. Lo cierto es que aproximadamente un año después la mujer de Ashoka quedó en cinta. Más o menos por aquellos días el emperador Bindusara cerraba sus ojos para siempre. Susima movió sus fichas rápido, y para evitar cualquier oportunidad de que Ashoka, apoyado por su inminente descendencia, reclamara el trono, envió a un asesino a Ujjain para que acabara con el pequeño. Finalmente hubo una víctima equivocada, pero según los viejos relatos indios un iracundo Ashoka atacó Pataliputra, la tomó por la fuerza y acabó con todos sus hermanos. Fuera o no así, lo cierto es que Ashoka fue finalmente el nuevo emperador Maurya.

Como muchos jóvenes reyes, y siguiendo la estela de su abuelo y su padre, Ashoka se mostró sediento de nuevas conquistas y victorias. Continuó guerreando con estados vecinos, ampliando el cada vez más grande territorio del Imperio Maurya. Hasta que llegó la guerra de Kalinga.

Kalinga era una república feudal costera que se tradicionalmente se había interpuesto en los planes de expansión de los Maurya. El abuelo de Ashoka había tratado infructuosamente de anexionarla, era un poderoso estado. Sin embargo, el nuevo emperador tendría más éxito, tras librar la que muchos consideran una de las guerras más sangrientas de la historia.

Efectivamente, Ashoka tuvo éxito en su misión, pero en su búsqueda de gloria más de cien mil vidas fueron destruidas ante los propios ojos del emperador, quien al parecer no pudo abstraerse de la terrible matanza que tuvo lugar en su nombre. Se cuenta que un río cercano se tiñó de rojo, tal fue la cantidad de sangre derramada. El rey más poderoso de la India del siglo III a.C. comprendió que él era el único culpable de aquella matanza. Fue por su mano y guía que tantas vidas habían sido derramadas en pos de una gloria fútil.

Del periodo de introspección que siguió a la batalla de Kalinga resurgió un nuevo emperador, más pío y terrenal, que había abrazado las enseñanzas del budismo, dando paso a una nueva y revolucionaria política que quedó condensada en los conocidos como "Edictos de Ashoka", una serie de leyes que quedaron labradas en lo que probablemente fueron decenas de columnas por toda la India.

Siguiendo y buscando el concepto del 'dharma', una verdad universal, los nuevos edictos establecían conductas morales, sociales y religiosas para todos los súbditos de Ashoka, buscando el bien común y la felicidad de los mortales. Desde la ayuda al prójimo, el respeto a los animales, las ventajas del budismo hasta la perfecta armonía natural mediante caminos rodeados de árboles Ashoka trató de enmendar su pasado manchado de sangre mediante la propagación de aquellas nuevas ideas del budismo, la meditación y una línea religiosa y pacifista que pudiera unificar a su imperio y sus gentes de una forma más fuerte y justa que mediante la espada.

Si Ashoka logró realmente deshacerse de sus ideas y actitudes pasadas, esa es una cuestión de estudio para historiadores y especialistas. Pero el testimonio que nos han dejado sus columnas son el de un emperador guerrero que vio conmovida su alma por un horror del que había sido responsable, logrando cambiar su actitud para tratar de ayudar a sus súbditos y compañeros mortales.
Ashoka fallecía el 232 a.C. y el imperio Maurya no logró sobrevivir mucho tras su muerte. Pero fueron sus ideas y su filosofía las que le hicieron inmortal, como demuestra ese pequeño símbolo en la bandera nacional de la India moderna.

domingo, mayo 03, 2009

Roma: La época de los reyes (759 - 509 a.C.)

Situaba Tácito los límites de la Roma arcaica (alrededor del siglo VI a.C.) entre cuatro puntos: el altar del dios Consus, el Ara Maxima de Hércules, situada frente al Circo Máximo, las antiguas Curias y el santuario de los Lares. La primeriza Roma palatina del rey Rómulo comenzó a expandirse durante el reinado del mismo, según las leyendas, con la ocupación de Veyes, una población etrusca cercana de gran valor estratégico y económico, especialmente por las salinas de la desembocadura del río Tíber. Dada su importancia, Veyes no caería en manos romanas fácilmente, y durante largo tiempo Roma y Etruria se enfrentarían por su posesión.

La vieja Roma situada en el Palatino nació como una monarquía bajo el reinado de Rómulo. Las crónicas romanas hablaban de siete reyes míticos (Rómulo, Numa Pompilio, Tulio Hostilio, Anco marcio, Tarquinio Prisco, Servio Tulio y Tarquinio el Soberbio), cuya existencia, si no refutada directamente, es cuestionada por la mayoría de historiadores. Los antiguos romanos atribuían ciertos hechos y mejoras en Roma a cada rey, como si cada uno hubiera aportado su grano de arena para conformar la Roma que conocerían los republicanos. La historia de los siete reyes romanos resulta hoy tan artificial que los historiadores no pueden sino considerar tal lista de monarcas como una leyenda consensuada para explicar los hechos y acciones qu conformaron la nueva Roma. Probablemente hubo muchos más reyes, y algunos de ellos bien pudieron tener esos nombres. Pero salvo las certezas que puedan ser arrancadas a la tierra mediante la arqueología, la verdad tras la lista canónica de los reyes romanos ha quedado sepultada por el tiempo.

A la muerte de Rómulo, supuestamente acaecida en el 717 antes de Cristo, Numa Pompilio, hijo de un tal Pomponio, y casado con la hija del rey de los sabinos, Tito Tacio. Para entonces el legado de Rómulo había dejado a Roma, según la leyenda, las primeras legiones, el Senado, nuevas expansiones territoriales y una expansión demográfica que el mito atribuyó al famoso rapto de las Sabinas, el secuestro de un gran número de mujeres sabinas para ser convertidas en esposas de los romanos.
La Roma de Numa Pompilio debía comprender ya no sólo la colina del Capitolino sino quizás ya algún asentamiento en las colinas de otras tribus como el Quirinal (llamada así por Quirino, la deificación de Rómulo), el Esquilino, el Capitolino y la colina de Celio. Al reinado legendario de Numa se atribuyen hechos como el descenso desde los cielos de un escudo otorgado por Júpiter en el cual estaba grabado el futuro de la ciudad de Roma, y del cual el rey mandó hacer varias copias, las ancilia. Se atribuye a Numa el regulamiento del calendario solar y lunar y el establecimiento de los pontífices romanos y las Vestales, la creación de los diversos gremios romanos y la división de los clanes en los pequeños núcleos de los pagi.


Numa Pompilio

A la muerte de Pompilio en el 673 a.C. le seguiría Tulio Hostilio, elegido por el Senado por su rancio abolengo que apuntaba a un compañero del mismo Rómulo. A Tulio Hostilio se le atribuye el sometimiento definitivo de Alba Longa, y su reinado se considera por lo general un período mucho más belicoso que el del más tranquilo Numa Pompilio. Quizás el legado más grande de Tulio al pueblo romano fuera la construcción de la Curia Hostilia, sede permanente, aunque reconstruida y remodelada varias veces, del Senado romano hasta el siglo I antes de Cristo.

En el 642 accede al trono Anco Marcio, un rey más pacífico que Tulio Hostilio, y cuyo principal legado será el mejoramiento y expansión de la ciudad de Roma. Bajo su reinado parece conformarse entorno a las salinas de Veyes una primitiva Ostia, y se accede al control de otra salina en el Aventino. Se construye el primer puente de Roma, hecho de madera, el pons Sublicius. También se toma el pueblo latino de Politoro, siguiendo una política defensiva de Roma contra las tribus latinas hostiles. Otros pueblos latinos como Telene y Ficana no tardarán en caer.

Al igual que muchos otros pueblos indoeuropeos, los primeros romanos parecieron organizarse en clanes o familias, las gens romanas, subdivididas a su vez en varias familias de padres, madres e hijos que compartían un apellido y se situaban bajo la autoridad de una figura paterna, siempre masculina, el pater familias, o padre de familia.
Las distintas gens romanas se organizaron políticamente en tribus subdivididas a su vez en diez curias. Cada curia constaba de cien hombres (las centurias), o al menos ésta era la cantidad de hombres que debían aportar al primitivo ejército romano. Las tribus entre las que se dividieron los primitivos romanos fueron tres: los Ramnes o primitivos romanos del palatino, los Tities, quizás producto de algún asentamiento sabino, y los Luceres. Dichas tribus irían creciendo hasta alcanzar el número de 35. Aquellas primitivas tribus formarían el patriciado romano primitivo.

A Anco Marcio le sucede Lucio Tarquinio Prisco en el 616. Se le atribuye un ancestro griego y un origen sabino. Bajo su reinado tiene lugar una ofensiva de los sabinos que lleva la guerra a la misma Roma, pero según los antiguos Tarquinio Prisco logrará defender la ciudad y derrotar a los sabinos.
La política subsiguiente de Tarquinio Prisco se centrará en la expansión del territorio romano mediante continuas guerras contra sus vecinos sabinos, estruscos y latinos. Se le atribuyen también la organización de ciertos festivales romanos y del primer desfile triunfal, así como la construcción del Circo Máximo y la Cloaca Maxima, que sirvió para desecar los pantanosos territorios bajos de Roma, sobre los que se construye el Foro. En dicha época se erigió también el templo de Júpiter y se establecen, al parecer, algunos de los símbolos reales y militares romanos. Tarquinio Prisco era asesinado tras una conjura de los hijos de Ancio Marcio. Le sucederá Servio Tulio.

Bajo el reinado de Servio Tulio se expanden las fronteras de Roma a costa del disputado territorio de Veyes y otras áreas etruscas. El Quirinal y el Esquilino pasan a formar definitivamente parte de Roma, así como la colina del Virinal. Elabora también un primer censo que aporta un saldo de ochenta mil cabezas de familia. Es probable que para entonces Roma contara ya con unas 20 tribus. También se debe a Servio Tulio la creación de la Asamblea Centuriada, nuevo órgano político que tomará las competencias políticas más importantes frente a los Comicios Curiados. Durante se levantó también la que fuera quizás la primera muralla de piedra de Roma, la muralla Servia.
Tulio, que había subido al poder en un momento de caos y sin la aprobación de los plebeyos, dedicó su reinado a favorecer a éstos a costa de los patricios. La creciente impopularidad de Servio Tulio entre estos últimos llevará al asesinato del rey en unc omplot orquestado por quien habría de ser el último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, hijo de Tarquinio Prisco.

Lucio Tarquinio accedía al trono el 535 antes de Cristo. Entre otros trabajos, completó la construcción del templo de Júpiter, el Capitolio. A su reinado se atribuye la leyenda de los proféticos libros sibilinos que fueron ofrecidos a Tarquinio por la sibila de Cumas. De los seis libros iniciales Tarquinio se quedó con tres, que albergaban distintas profecías sobre el futuro de Roma. Los libros sibilinos fueron guardados en el templo de Júpiter para ser consultados en tiempos de crisis.
El reinado de Tarquinio, según las leyendas romanas, se caracterizó sin embargo por el despotismo y la violencia. La gota que colmó la paciencia de Roma fue la violación de una patricia por parte del hijo de Tarquinio. La afrenta causó una revuelta popular liderada por un pariente de la vejada, Lucio Junio Bruto, que derribó el gobierno de Tarquinio y expulsó a la familia real de Roma. Aunque Tarquinio el Soberbio y sus hijos trataran de aliarse con ciudades extranjeras para retomar el trono, todos sus intentos fueron inútiles. Nacía así la República Romana.

El nacimiento de la República de Roma quedaba, así envuelto, y explicado a la vez, por la leyenda, como lo habían sido todos los hechos acaecidos desde la fundación de la ciudad. Aunque muchos cuentan con testimonios arqueológicos, no hay testigos documentales que puedan aclarar los motivos, causas o protagonistas de tales historias. Tan sólo se cuentan con las teorías aportadas por los historiadores.
Así, el fin de la monarquía romana, atribuido al despotismo de un rey y su familia, es enmarcado hoy en una corriente general de evolución política en diversas ciudades de Etruria y el Lacio, paralelas a las de las ciudades griegas, en que la monarquía comenzaba a ser abandonada por nuevos marcos políticos oligárquicos y protodemocráticos, producto quizás de nuevas realidades políticas y socioculturales.

Así pues, en Roma, se establecía a finales del siglo VI un nuevo régimen centrado entorno al otrora consejo de ancianos, el Senado, y con los poderes de la extinta (aunque quizás esta afirmación debiera ser matizada) figura del rey divididos entre varias magistraturas.

La Roma que dejaron los reyes era muy distinta del primitivo poblado de Rómulo. Su posición estratégica junto al Tíber, cercana al mar, y por cuyo territorio circulaba la Via Salaria, arteria principal del comercio de la sal, así como su expansión territorial y económica, habían hecho de la ciudad que había expulsado a su rey la primera potencia del Lacio y una potencia a tener en cuenta dentro de la Península Itálica. También se habían conformado en esos siglos muchas de las estructuras políticas y sociales que alcanzarían su apogeo en la nueva República de Roma.

sábado, abril 25, 2009

Roma: fundación, leyenda y la Italia Prerromana

Roma, la milenaria, Roma, cuna de sabios y poetas, de guerreros y comerciantes, de falsarios y revolucionarios, de tiranos, reyes, cónsules y emperadores, de justos y decentes, de avariciosos y déspotas, de genios y psicópatas. Roma, la ciudad eterna. Roma, la antigua, heredera de etruscos, cartagineses, y otros pueblos, y sobretodo, heredera de Grecia. Roma, una de las madres del mundo occidental.

En mayor o menor medida, encontramos el legado de Roma por todo el mundo. Desde la vieja Europa que contempló sus días de gloria, hasta la América colonizada por los hijos huérfanos del extinto imperio, hasta otros continentes donde los europeos, autoerigidos en los nuevos dueños del destino, llevaron sus valores, su tecnología, su ciencia, su literatura, y muchas otras cosas por todo el mundo. Aunque sea diluida en muchas gotas de agua, el néctar de la vieja Roma puede ser encontrado, de ser buscado, por los cinco continentes. Y el mayor monumento que nos dejaran los antiguos romanos tal vez fuera, o eso dicen muchos, el Derecho Romano, base de tantas y tantas legislaciones actuales.

Pero sobretodo, la esencia de la Antigua Roma sigue vigente en los países que baña el Mediterráneo, ese mar que un día los romanos reclamaron como suyo, y donde aquello que se ha dado en llamar "romanización" enraizó más profundamente, y donde múltiples lenguas herederas del Latín persisten como un legado tan palpable como puedan ser los viejos monumentos de piedra que los romanos erigieran un día en memoria y honor de sus dioses, sus cónsules y emperadores, sus victorias, y, en definitiva, todo aquello que hiciera enorgullecerse hace siglos a los ciudadanos romanos.
Es por todo esto, y por muchas otras razones, más personales, y que de momento no tienen cabida aquí, que en este pequeño, y seguramente imperfecto blog, ha llegado la hora de repasar, más o menos concienzudamente, la historia de la Antigua Roma.



El origen de Roma se pierde en la oscuridad de los tiempos. Los datos, más o menos precisos, se entremezclan con los relatos de los antiguos, donde realidad y mito se entremezclaban como el agua, forjando leyendas que atribuían a la fundación de la ciudad de Roma un origen semidivino.

Pues semidivino era Eneas, hijo del príncipe Anquises y la diosa Venus. Según los relatos de los antiguos romanos, principalmente la Eneida de Virgilio, Eneas escapó de la destrucción de la ciudad de Troya, a punto de ser asolada por los aqueos, junto a su padre, su esposa y su hijo, además de otros afectos a él, dirigiéndose a Macedonia, primero, y a Cartago después, donde, afirma la leyenda, la reina Dido se enamoró de él, provocando la ira del dios Hermes, quién obligó a Eneas a buscar un nuevo destino. Ése nuevo destino lo encontró en la costa del Lacio, en la península itálica.

No hay una única narración de lo que ocurrió a continuación. Pero el caso es que Eneas llegó a un pueblo llamado Palanteo, situado en una colina (el futuro Palatino), donde fue bien recibido por el rey de los latinos, Latino, y donde acabaría casándose con la hija de éste, Lavinia.

Dicen que Eneas tuvo una larga descendencia. Uno de sus hijos, Ascanio, fundó, según rezan las leyendas, la importante ciudad latina de Alba Longa. Pero de entre los descendientes de Eneas fueron los míticos Rómulo y Remo quienes forjaron la leyenda de la fundación de Roma.

Si en algún momento de la antigüedad fue Eneas quien fundó Roma, el tiempo hizo que el nacimiento de la misma se debiera a los hermanos Rómulo y Remo, hijos del dios Marte y una sacerdotisa de la corte del rey usurpador Amulio, monarca de Alba Longa. Para evitar el destino cruel que esperaba a sus gemelos en caso de que Amulio se enterara de lo sucedido, la sacerdotisa puso a sus hijos en una cesta en el río Tíber. Dicha cesta sería encontrada por la loba Luperca, que amamantó a los niños salvándolos de la muerte. Más tarde los pequeños serían encontrados por unos pastores, que a partir de entonces los cuidarían como suyos.
Rómulo y Remo crecieron y, llegado el día, regresaron a Alba Longa, donde dieron buena cuenta de Amulio y restituyeron al antiguo rey, Numitor, quien, agradecido, concedió a los hermanos ciertos territorios en el Lacio. Fue así como Rómulo trazó los límites de la futura Roma (el pomerium original) con un arado, jurando que mataría a quien lo violase. El primero en hacerlo fue su hermano Remo, tras una disputa por el nombre de la ciudad. Nacía así, con sangre derramada, la ciudad de Roma, un, según el relato del sabio romano Marco Terencio Varro, 21 de abril del año 753 antes de Cristo.

A lo largo de los siglos muchos estudiosos e historiadores han debatido sobre la veracidad de nombres y fechas, de hechos lugares. Algunos atrasaban la fecha dada por Varro, otros no aceptaban un acto fundacional hasta bien mediado el siglo VI a.C., aunque los trabajos arqueológicos de estudiosos como Andrea Carandini parecen confirmar que los primeros asentamientos en el área del Palatino podrían fijarse en una fecha no demasiado lejana a la mítica datación proporcionada por los antiguos romanos. Podríamos aventurarnos pues a dar como buena la fundación de Roma a mediados del siglo VIII a.C.

Y, ¿quiénes eran los vecinos de aquellos primitivos romanos que en su día siguieron a un rey cuyo nombre pudo haber sido Rómulo? Pues un conjunto de pueblos de distintos orígenes que solapándose unos a otros y fagocitando culturas anteriores milenarias podían haber poblado la península desde la Edad del Bronce, cuando distintos pueblos Indoeuropeos comenzaron a llegar a la península. En algún momento las lenguas y culturas itálicas comenzaron a converger, dotando de una cierta identidad cultural a los pueblos de la península.

Para cuando, según la leyenda, Rómulo trazó los límites de Roma con un arado, la civilización etrusca dominaba la parte central de Italia con una confederación de doce grandes ciudades, enseñoreándose de los territorios comprendidos entre el río Tíber y el río Arno. La pujante colonia fenicia de Cartago había establecido algunos núcleos poblacionales en el sudeste de la península, mientras que el sur de la misma había comenzando a ser colonizada por los griegos.

Roma y las tribus latinas adyacentes que pronto se adherirían a ella se encontraba rodeada por varios pueblos itálicos más o menos pujantes que comerciaban entre sí y que tenían contacto tanto con etruscos como con fenicios y griegos. Hacia el norte Roma estaba rodeada por Faliscos, Sabinos y Umbros, y los extensos territorios etruscos. Los Picenos habitaban las costas del Este. Al sur, los pujantes Volscos (quienes alcanzarían una destacable posición en el siglo V a.C.) cortaban el camino de la expansión romana. Más allá Auruncios, Samnitas y Oscos vigilaban los territorios más meridionales de los etruscos. En las costas del sur los griegos se habían asentado firmemente, así como en Sicilia. En Cerdeña las ciudades púnicas habían controlado los recursos mineros de la zona.

Podemos observar así que Roma, un pequeño asentamiento rodeado de otros en muchos casos mayores y más poderosos, tuvo contacto desde etapas muy tempranas tanto con etruscos como con fenicios y griegos, además de las restantes tribus itálicas. Las primitivas formas religiosas romanas debían mucho a los etruscos, quienes a su vez habían adoptado en parte algunas divinidades griegas, así como el alfabeto griego. Los primeros grandes núcleos urbanos de la península fueron etruscos. Los etruscos tenían también un pie puesto en la civilización fenicia de Cartago, con la que tenían diversos pactos políticos y comerciales.

En el sur, como ya se ha visto, los griegos dominaban las costas y el comercio de la zona. La población griega llegó a ser tan numerosa que muy pronto todas aquellas colonias griegas (Cumas, Mesina, Regio, Catania, Naxo, Siracusa...) fueron conocidas por los itálicos como la Magna Grecia.

A grandes rasgos, ésta era la composición de la Italia antigua en la época en que Roma surgió en una colina situada cerca del río Tíber. Según la tradición, el primer rey romano, Rómulo, capturaría las salinas de la población vecina de Veyes, primer paso de una expansión que a través de los siglos llegaría a dominar casi todo el mundo conocido.