En la mina de piedra caliza los mineros trabajan como cualquier otro día de aquel verano de 1856. Poco sabían aquellas gentes de restos humanos hallados en las inmediatas décadas posteriores en Bélgica y Gibraltar. Así, cuando extrayendo tierra encontraron restos de huesos y un cráneo pensaron en principio que debía tratarse de la osamenta de algún oso. Muy bien pudieran aquellos huesos haber sido desechados, perdidos para siempre en las tierras del valle de Neander. Pero alguien tuvo la feliz idea de que aquellos huesos bien pudieran interesar a un profesor local que era además un naturista aficionado. Su nombre era Johann Carl Fuhlrott. Por entonces, tres años faltaban aún para que Charles Darwin diera a conocer sus revolucionarias teorías en el libro El origen de las especies.
Una vez pudo estudiar detenidamente los restos, Fuhlrott comprobó que aquella base de cráneo, aquellos fémures, aquellos huesos de brazos y piernas, eran notablemente distintos de los restos humanos que había visto hasta entonces. Creía el buen profesor que aquellos restos debían ser muy antiguos. Fue entonces cuando Fuhlrott se reunió con Hermann Schaaffhausen, un profesor de anatomía de la Universidad de Bonn. Tras efectar una descripción de los restos, en 1857 Fuhlrott y Schaaffhausen anunciaban su descubrimiento al mundo. En el valle de Neanderthal, en Alemania, una nueva especie humana, el Homo sapiens neanderthalensis, (como lo clasificara William King en 1863) había sido descubierta. Pocos fueron los que dieron una buena acogida a dicha teoría. Los científicos de la época tildaron tal idea de absurda. Bien probablemente se tratara de los restos de algún cosaco, cuyo prominente hueso frontal y cejas hubiera desarrollado por un constante frotamiento. También se dijo más tarde que pudiera tratarse de una nueva especie de simio, pero que los rasgos eran demasiado simiescos para tratarse de un humano.
En noviembre de 1859 Charles Darwin publicaba El origen de las especies. En él hablaba de un antepasado común para el hombre y el simio. La búsqueda por el pasado de nuestros ancestros, y muy pronto por un ser conocido como "el eslabón perdido", había comenzado. Y con ella, una larga controversia que todavía hoy perdura.
2 comentarios:
otra bella afición que tenemos en común... que curioso, mi querido viajero del tiempo... besos oscuros desde la luminosidad de mi corazón amante...
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